Los cuatro jinetes del Apocalipsis, de Dawkins, Hitchens, Dennett y Harris

En condiciones normales, una reseña de un libro de estas características –la transcripción de una conversación entre cuatro autores que publicaron, casi de manera simultánea, libros que defendían abiertamente el ateísmo– no sería objeto de reseña en este blog, pero sí lo es porque resulta relevante observar cómo ha evolucionado ese enfoque desde entonces (hace ahora ya una década de aquel debate).

Pongámonos en situación. A finales de la década del 2000 aparecieron varios libros sobre ateísmo y entre ellos destacaron especialmente los escritos por Richard Dawkins (The God Dellusion), Cristopher Hitchens (God is not Good), Daniel Dennett (Breaking the Spell) y Sam Harris (Letters to a Christian Nation). Los cuatro fueron éxitos editoriales y contribuyeron a poner sobre la mesa de discusión el ateísmo, un tema que suele apartarse del debate público. Cada uno aportó argumentos de diferente naturaleza, más filosóficos en el caso de Dennett, más políticos en el de Hitchens y contraponiendo religión y ciencia en el caso de Dawkins y Harris.

Durante aquellos años estos autores y algunos otros estuvieron muy atareados asistiendo a debates públicos y conferencias para tratar de explicar o contrastar sus ideas. También, como es el caso del que se ocupa este libro, estableciendo debates conjuntos, o más bien, reflexionando entre los cuatro, acerca de la posición del ateísmo, la acogida de sus ideas y sus ramificaciones.

El debate tiene su punto de interés en ciertas cuestiones. En primer lugar, los autores hablan de la capacidad, diríamos inherente, del ateísmo para ofender el sentimiento religioso. Da igual cómo propongas tus ideas, dicen ellos, pues finalmente ofenderás a la persona religiosa, ya que estás negando algo que apunta directamente al corazón de sus creencias. Le estás diciendo que no existe Dios, que la figura de Jesucristo está sobredimensionada, que no existen los milagros y que el relato bíblico es mítico. Incluso le estás diciendo que hace el bien, en los casos en los que lo hace, por razones equivocadas. Ese tipo de argumentos son muy difíciles de encajar y, por muy válidos que sean, por muy respetuosos que traten de ser, lo más probable es que hieran profundamente a una persona a la que se le está diciendo que aquello en lo que ha creído durante prácticamente toda su vida, o incluso a lo que ha dedicado toda su vida, no es más que un castillo de naipes endeble.

Hay un argumento que emplean, sobre todo Dawkins y Harris, que es más ideal que realista con respecto a la dinámica del conocimiento científico. Al oponer el conocimiento religioso al científico, tienden a decir que la religión es una creencia dogmática, en la que siempre hay que dar un salto de fe y que, por ello, es irracional. Sin embargo, dicen, el conocimiento científico se basa en la prueba y error y está sometido a la prueba de la evidencia, de modo que los científicos aceptan la nueva evidencia cuando se opone a sus propuestas previas («Los físicos no se ofenden cuando alguien refuta o desmiente su hipótesis», dice Harris). Este argumento es naíf y muestra una idea de la ciencia que no es tan veraz como sería deseable. Tumbar ideas antiguas es costoso, lleva a veces decenas de años, a veces incluso siglos (un ejemplo: el heliocentrismo copernicano, propuesto en el siglo XVI no fue aceptado plenamente hasta el siglo XVII). Por tanto, aunque el resultado final sí es el que proponen, la dinámica no es tal como la que proponen. No puede compararse la ciencia en su conjunto con las personas que generan el conocimiento científico.

Por otro lado, acusar de irracionales a los creyentes no ayuda en nada en este debate. Una cosa es estar equivocado, otra, ser irracional. Ser racional es usar la razón para conocer. Los teólogos aplican la razón y, en algunos casos, creen llegar a conclusiones gracias a deducciones que obedecen a la razón, como las famosas cinco vías de Santo Tomás de Aquino. Pueden oponerse argumentos a esas vías, pero no decir que son irracionales, pues hay todo un proceso racional que las sustenta, del mismo modo que había un proceso racional detrás de muchas afirmaciones científicas que después resultan estar equivocadas. Porque la diferencia real entre ambos tipos de conocimiento no estriba en la racionalidad de sus propuestas, sino en las evidencias y la relación del conocimiento con respecto a ellas. El conocimiento científico es más flexible en ese sentido, no acepta excesivas verdades a priori, de modo que le resulta más fácil modificar su cuerpo de conocimiento. La religión, por el contrario, parte de dogmas aparentemente inamovibles, que la blindan frente a la evidencia (en la práctica, los dogmas también sufren modificaciones, posiblemente sea el truco de su longevidad, de ahí que la simplificación que hacen Dawkins y Harris en este sentido, no sea del todo acertada).

Otro de los temas interesantes que se tratan en el debate es si quieren ver las iglesias vacías de gente. Dawkins, más radical en este sentido, dice que sí. El resto se oponen, porque, afirman, la iglesia puede tener sus efectos beneficiosos y servir de refugio, ayudar a los necesitados, etc., pero desde una perspectiva menos teísta y más orientada a los valores positivos promulgados por las religiones y despojada de los negativos, que tienden a volverla tribalista y excluyente.

Hitchens, seguramente el más lúcido de los cuatro porque es capaz de analizar mejor las consecuencias políticas de sus propuestas, y no solo las filosóficas, opina que hay que separar lo numinoso de lo sobrenatural. A este respecto, citan la confesada ocasión en la que el director del Proyecto Genoma Humano, Francis Collins, se convirtió al cristianismo al realizar una ruta de senderismo y encontrarse frente a un paisaje asombroso. De la contemplación de ese paisaje, Collins dio el salto, no a lo numinoso, que sería comprensible, sino directamente a la creencia en lo sobrenatural. No es una cuestión baladí, pues de ahí surge la frecuente acusación que se hace a las ciencias de eliminar la belleza del mundo, de suprimir el misterio de la vida y restar opciones para disfrutar de lo que va más allá de lo medible. Todos ellos se muestran a favor del arte, incluso del que ha producido la fe religiosa y que quizás no se hubiese logrado de otro modo. ¿Habría Miguel Ángel logrado obras como la de la Capilla Sixtina si estas no hubiesen estado motivadas por temas religiosos? Nunca lo sabremos. Pero las catedrales y muchas de las tallas y los cuadros o ciertos poemas surgidos como consecuencia de la honda creencia religiosa son innegablemente bellos, sea cual haya sido la motivación para su creación.

Hitchens es muy belicoso con el terrorismo islamista. No en vano, fue reportero y vivió de primera mano muchos de los horrores perpetrados por estos grupos, cuya obsesión está en deshacer el camino andado en occidente, el progreso logrado principalmente desde la Ilustración, debido a que entra en conflicto con sus creencias. Es posible que no se trate tanto de un problema religioso como cultural y político, pero disfrazado de religión debido a la capacidad que tiene esta para aglutinar a sus creyentes. Hitchens dice que cada vez que en un país musulmán proponía argumentos en contra de la religión islámica, le respondían diciendo que si sabía que estaba ofendiendo a mil millones de musulmanes, algo que a él le sonaba a amenaza. Aun así, Hitchens era poco optimista con respecto a la victoria de las posiciones ateas en la política. Podemos ganar el debate de las ideas, decía, pero no ganaremos el debate político, palabras proféticas las suyas, viendo cómo andamos en la actualidad.

Esta charla a cuatro voces deja claras algunas de las ideas clave del pensamiento de cada uno de ellos, también de sus no demasiado marcadas desavenencias, y supone una buena muestra de un movimiento que quizá se ha apagado un poco (el debate, a pesar de ser muy relevante, no dejó de ser una moda pasajera de una ya larga tradición) y en Europa no fue tan intenso o tan influyente como en Estados Unidos, donde la religión está mucho más enraizada en la cultura. A pesar de que en un país como España las raíces católicas son todavía bien patentes, no es menos cierto que la caída imparable en el número de creyentes y mucho más, en el de fieles, hace que el movimiento religioso esté perdiendo fuerza tan solo por el paso del tiempo y la mayor libertad de creencia de las personas.

Los argumentos de estos autores no han perdido peso, aunque no son necesariamente novedosos (tampoco lo fueron entonces, tan solo fue novedosa la simultaneidad de sus propuestas, lo que contribuyó a proporcionarles una mayor visibilidad), pero es una buena muestra de lo que se vivió entonces y mantiene, de algún modo, el debate abierto. Y, como es lógico, continuará activo durante mucho tiempo.

Calificación:

Puntuación: 3 de 5.

Un libro para ponerse al día si no se vivió ese debate en su momento y para fieles de estos autores. A los creyentes no les convencerán los argumentos esgrimidos, por descontado, pero es evidente que este libro no es para ellos.

Título: Los cuatro jinetes del Apocalipsis

Autores: Richard Dawkins, Cristopher Hitchens, Daniel Dennett, Sam Harris

Traducción: Àlex Guàrdia

Editorial: arpa

Páginas: 176       

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